PEREGRINAR DE GRITOS

AYER VINO LA MUERTE

Ayer vino la muerte,
se llevó mis ojos,
desprendió mis carnes
como anguila quemando respiros;
la hierba prendió su verdor,
y fui clarividente de mi fin.
Grito, mi lengua se pudre en silencio.
Nadie escucha.
Camino boca abajo,
piel morena;
camaleón ciego,
manos buscando respuestas en el fango,
que llega a mi barbilla,
boca dócil, ciega,
como murciélago condenado a luz,
párpados apagados,
cuerpo resintiendo podredumbres,
entierro visto detrás de la ventana,
destierro arañando la puerta,
golpe de mar, tumba,
verdad no disipada…
Un pelícano merodea mi cuello
mientras estrecho la mano de una sombra
que me parte el día.
Plañideras desafinan;
monaguillos aprietan mis manos,
para dejar pizcas de fe entre sus palmas.

Es el dolor de la predicción,
indiferencia del mundo
ante mi partida,
que me hace esperar entre árboles que hablan
una lengua inexistente.
Mi corazón transparente
respira vientos de tormenta,
son los dioses del olimpo
que desvelan su furia
de olvido en el aire;
lluvia homicida
que lleva mis brazos remo
en un río que ríe de inmenso.

Mis ojos prendidos desprenden flechas
de una figura apocalíptica
que duerme a mi lado,
me hace el amor en pesadillas
y deja mi cama húmeda de resentimiento.

Mi cuerpo gárgola,
mira sin ojos el tiempo,
come con recuerdos y deja marcas.

Soy noticia que se convierte
en arena, grito imaginario,
apéndice que señala dolor,
soy pendiente, deuda por pagar,
pena desbalagada en ruinas:

yo, incompleta,
caminando en un campo
que asusta de real.

*

LAS PALABRAS NOS ACERCAN A LA MUERTE

I

Hay palabras que me arriman a ti,
patrona de piel lechosa,
vil
justa

Esta noche te retrato emputada con la vida,
te brindo mi licencia de adiós
altivo tono
serpentina de colores.

Esta noche te rindo fe sin anuencia reclamada,
antesala de miseria,
sórdido instinto,
ruina que no respira,
sístole detrás de un beso
que lenta
enluta tu misión.

II

Nada limpia el clima de mi cuerpo,
prendo fuego a mis letras
sin reparar en sílabas
que presagian el temblor
de mis arrastres.
Soy fugitiva de ti,
estás en todas partes,
carcomes mi tonalidad
para quedarte viento
y omitir sollozos;
ambigua infringes mis formas
dispersa
cuando me vences.

Sigo el ritmo del teclado,
desentierro imágenes,
te absuelvo en busca de una frase
que me haga entender tu silencio,
tapa de mi oído, quiebra alas,
negado permiso de escapar.

III

Avarienta respiro,
mi conciencia, relámpago forzado,
derrumba filigranas
donde te dibujo.
Tu estampa endeble sale del agua,
humedece mis muslos,
mármol sin reposo,
temblor incendio
que te ve diferentes caras.
Aún existo
fragmento de lo que fuimos,
constante asfixia.
¿Cuánto dolor acumula un cuerpo?
¿Serás tú, quien baila conmigo sollozos?

Tú, Dios aburrido.
Yo, perturbada en mis otras.

IV

Busco el ritmo de las palabras:
funesta condición que aleja,
¿Es tu historia, preguntan mis demonios,
destierro de un adiós pendiente,
culto vuelto fisura?

¿Son mis dedos inquietos
que ambicionan sustituirte,
y lentos, entre mis piernas,
descubren su pobreza carnal?
¿Serán ellos los que invocan
una paz inexistente,
y fallecen en su angosto intento?
Mi aliento perezoso
desmiembra mi tristeza,
olor a penumbra insoportable,
cenizas vertidas en alaridos de polvo.

Te espero, inútil,
adversa en notas,
presa en el sosiego funerario
muerdo mi carne,
inagotable rezongo.

V

Soy dolmen que sostiene
tus arruinadas promesas;
discurso, historia deterioro.

Consagro el sufrimiento
como adicta
en-tierra su aguja
inyecta olvido.

Pertenezco a las tumbas,
tus brazos abiertos me invitan a su reino.

¿Estás ahí, pregunto?
y me jalas al mundo de penumbras
estela que apaga mis pupilas;
y es tu espectro quien me guía,
fascinación interrumpida,
peligro de sombra,
luz fundida en mí.

VI

Tu cara no tiene rostro,
extraviada me aferro a los muros,
mi carne arde,
te presiente.

Sales de las paredes de humo,
no hay retorno,
desbordada pruebo tu sabor.

Estoy en ti,
pecado esplendido de carne,
envoltura deshecha;
queda tu espalda recta,
mis rodillas horquetado tu cintura,
inevitable destello,
sin tiempo para escuchar temores
que gritan tras la puerta.

VII

Busco a Dios,
hundo su figura
y le hago juicio:

¿Señor, que me has enseñado?
¿En que rumbo me desvió?
¿Es a tu casa donde voy?

Señor, escucha:
¿me has elegido para mensajera
de tus adioses?

Aún recuerdo mi niñez,
piel iluminada antes de ellos, Señor,
mucho antes de mí yo, ahora,
pureza distraída
aun sin ti,
mi campo de batalla
poblado de muñecas.
Un día me volviste naufrago
y mis rezos eran velas que impulsaban
el derroche.

VIII
¿En donde estabas Señor?,
¿Creciéndome, acaso?

Mis espacios perdieron su medida
me ví desterrada
en esta catacumba
cuando llegaron los rostros,
las piedras…

La otra yo, que hoy te escribe,
reclama su contraparte,
sonriéndole a la furia
que carcome mi prudencia
quedando sola,
sin él, sin ti, con ellos,
que sitian mi desconsuelo
y te retan prosa;
ellos que descienden de las bestias
y me toman con lujuria.
Impura, temblorosa,
te cito en mi palabra que me hunde
lava de mentiras.

IX

Mis sueños, arropados por el insomnio,
desmerecen mi razón;
siento las nauseas de tus profetas
que no mueren,
todo parece presagio,
el tiempo agoniza
teñido de soberbia;
me repongo,
intento elevarme juego iluso,
hacerme amiga de brujas sabias,
y me encuentro con pájaros
que no tienen ojos.

Es mi pesadilla que vuelve
dañando mis sentidos,
llevándome a un puente de irrealidad
construido por el infierno,
que se desprende de mí,
y entonces, llegas tú, sin dar,
ni quitar nada.

X

Lavo mi rostro de ti…
es mi aliento
quién envenena el aire,
trae vientos que huelen a dolor,
llantos de corazones
que nunca fueron bautizados.

Me dueles siempre,
mi voz con tu nombre cae a gotas,
carga ánforas de angustias,
protejo mis sentidos,
pongo mi máscara neblina,
bordándome en risas
de otros devotos a la oscuridad,
arañando un cariño que nos es ajeno,
fobia, arrastre fraternal
que omite mi presencia fugitiva.
Queda el canto del grillo solitario,
el agotamiento:
luto enterrado en mí
hasta tu llegada.

martes, 2 de septiembre de 2008

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